Amo los lunes festivos. Primero, porque prolongan el descanso del fin de semana. Segundo, porque la movilidad en las ciudades y en los municipios es diferente a la de un día típico de entre semana. Tercero, porque los ritmos de vida de las personas también cambian. Cuarto, porque los lunes festivos son sencillamente fantásticos, excepto porque al caer el día son el preámbulo del martes laboral.
En un lunes festivo la gente que normalmente sale a trabajar está descansando, caminando, paseando, haciendo cosas que cotidianamente no hace. Y ello cambia también los patrones de movilidad. Tanto de la gente como de las ciudades. No hay estudiantes. Y trabajan únicamente quienes deben cumplir con turnos o tienen trabajos profundamente esenciales como la policía, los operarios de fábricas que no paran, el personal de vigilancia privada y los proveedores de productos y servicios relacionados con los sectores de recreación, transporte, comidas, salud y servicios públicos.
El lunes festivo los motivos de los viajes cambian. Y también los medios y modos de transporte. Las entradas a las ciudades se llenan de turistas que regresan, y las salidas de los municipios receptores de visitantes también se congestionan con vehículos que quieren llegar rápido a sus sitios de destino.
La seguridad vial también tiene dinámicas diferentes. Mayores excesos de velocidad en carreteras, aumento del riesgo por conductores embriagados, vehículos que pueden presentar fallas por deficiencias en el mantenimiento.
A menos que sea perentorio hacer viajes de media y larga distancia, yo prefiero caminar en lunes festivo. Y disfrutar de una tarde soleada, de una mañana fría y lluviosa o de una tranquila estancia en casa.
Para mí los lunes festivos son bonitos por que comparto con toda mi familia. Sin embargo es el continuar de la cotidianidad.
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