
Irene Bello González (Foto: cortesía)
Por: Irene Bello González*
Para quienes con frecuencia somos peatones por elección y convicción, es decir, que preferimos caminar o usar transporte público antes que el vehículo particular para movilizarnos en nuestra ciudad; hay una pregunta que ronda la mente: ¿Qué pasa con la “relación” peatón-conductor de vehículo privado que más parece una lucha?
En nuestra ciudad se entiende de manera totalmente asimétrica, donde quien conduce ostenta cierta clase de poder frente al ciudadano de a pie, motivo por el cual se privilegia el paso por las calles (incluidos andenes) a los vehículos.
Nos ha ocurrido a todos que cuando transitamos por cualquier esquina o pasamos frente a un parqueadero nos debemos detener, temerosos de ser atropellados por algún vehículo y obviamente de manera muy “considerada” le cedemos el paso como si eso fuera lo correcto; por supuesto, en ocasiones, quien va conduciendo pasa casi sin mirar pues considera que es un derecho adquirido pasar primero, el mundo al revés como dirían los abuelos. Si nos conceden el paso, nos apresuramos a cruzar pues nos han hecho un gran favor.
La propuesta en la que pienso no es innovadora, es sencilla y obvia, se necesita promover cultura ciudadana para la movilidad sostenible, donde esta relación asimétrica se transforme en el sentido opuesto, es decir, la ciudad es de los caminantes y los vehículos (en especial el particular), son un medio que facilita la movilidad individual pero su tamaño, modelo y/o marca, no les da poder o superioridad a sus dueños sobre los demás ciudadanos.
La vida humana es el valor fundamental a respetar, se dice en todas partes, pero en el día a día de nuestras urbes claramente hay una primacía de los vehículos. ¿Cómo vamos a pensar en una nueva visión del mundo enfocados a la sostenibilidad, si en la cotidianeidad no somos coherentes? Con facilidad perdemos el sentido de integridad. ¿En verdad honramos nuestra palabra con los hechos?