
Por: Byron O. Naranjo Gamboa
02/08/2021
Desde Ambato – Ecuador
Cada vez son más numerosos los hechos que dan cuenta de enfrentamientos, violencia, agresiones, atentados contra la vida (y una larga lista de males) que engordan el imaginario social de que la calle es prácticamente un lugar peligroso, inhóspito, lejano de la dignidad humana. Los gobiernos, más para cuidar su reputación que por ser sensibles a la realidad, exhortan a la función legislativa la producción de leyes que ayuden a controlar lo que para ellos en la práctica es distante (más que desconocido), por eso que sugieren el endurecimiento de penas y la restricción de libertades, militarizando las calles y policializando la vida.
Es recurrente el anuncio de los jefes de estado (con minúsculas, porque muchos solo están en estado de jefes) de dotar más control en las calles, en una manifiesta confusión de seguridad con vigilancia. Hay casos en los que se ha anunciado el propósito de pacificar las calles, pensando, desde sus fueros internos posiblemente, que la convivencia armónica es cuestión de señalética y represión.
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