Desde Ambato, Ecuador, recibimos la colaboración de Byron Naranjo, participante certificado en el curso virtual ‘Construyamos seguridad vial y cultura vial desde el colegio’.
Por: Byron O. Naranjo Gamboa
13/10/2020
Ambato – Ecuador

En el umbral de este milenio, del que ya vamos consumiendo dos décadas, salió a la luz la Carta Mundial por el Derecho a la Ciudad, ambiciosa iniciativa patrocinada por el Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos ONU- Hábitat, en la que se pregonaba la idea de que es posible tener un mundo mejor.
En el preámbulo de la carta se señala como una de las motivaciones, para su puesta en escena, el hecho que “las ciudades están lejos de ofrecer condiciones y oportunidades equitativas a sus habitantes. La población urbana, en su mayoría, está privada o limitada -en virtud de sus características económicas, sociales, culturales, étnicas, de género y edad- para satisfacer sus más elementales necesidades y derechos. Contribuyen a ello las políticas públicas, que al desconocer los aportes de los procesos de poblamiento popular a la construcción de ciudad y de ciudadanía, violentan la vida urbana.”
Aquella descripción no ha variado con la promulgación de la afamada carta, al menos en el sentido de una mejoría, porque es perceptible en los espacios públicos el surgimiento de luchas urbanas que, pese a su significado social y político, son aún fragmentadas e incapaces de producir cambios trascendentes que ayuden a mejorar la calidad de vida.
Buscamos, en la Carta Mundial, lo pertinente a la Cultura Vial y encontramos el ARTÍCULO XI: DERECHO A LA SEGURIDAD PÚBLICA Y A LA CONVIVENCIA PACÍFICA, SOLIDARIA Y MULTICULTURAL, en este aparatado se establecen parámetros que, de ponerlos en práctica, sumarían al propósito de armonizar las relaciones entre las personas que cohabitan y utilizan el espacio público. Textualmente el numeral 1, del mencionado artículo señala:
“1. Las ciudades deben crear condiciones para la seguridad pública, la convivencia pacífica, el desarrollo colectivo y el ejercicio de la solidaridad. Para ello deben garantizar el pleno usufructo de la ciudad, respetando la diversidad y preservando la memoria e identidad cultural de todos los(as) ciudadanos(as) sin discriminación alguna.”
Inspiradora alocución que en la práctica no pasa de ser un enunciado quimérico, porque hay mucha distancia entre el decir y el hacer. “No se cambia la sociedad por decreto” fue la advertencia del sociólogo francés Michel Crozier. Nos llenan de documentos que han surgido de las entrañas de los miembros de determinado círculo de elegidos (con lo que justifican su existencia), y se desdeñan actitudes valiosas que por salir de la iniciativa popular no calan en la intelectualidad.
David Harvey ha brindado un espaldarazo a las acciones que sí pueden aportar para el aprovechamiento adecuado de las ciudades, a partir de un comportamiento equilibrado que aporte a una convivencia en armonía. Harvey increpa duramente a los planificadores urbanos que con visión capitalista construyen ciudades para que la gente invierta, en vez de para que viva, y cuestiona a las pretensiones de la Carta Mundial, como se puede constatar en la tesis citada por Valeria Vallejo (Universidad de la República – Uruguay) “…podemos estar de acuerdo en la idea de que el derecho a la ciudad no surge primordialmente de diversas fascinaciones y modas intelectuales (…) sino de las calles, de los barrios, como un grito de socorro de gente oprimida en tiempos desesperados”.
La utilización de la ciudad y todos sus espacios, principalmente la vía, no debe diseñarse únicamente desde la visión de grupos burócratas, se debe concebir desde lo cotidiano y las vivencias de sus actores, quienes conocen perfectamente su dinámica. Los gobernantes son los llamados a cumplir y hacer el acompañamiento adecuado para que el pueblo no se lamente por la orfandad de acciones en los espacios trascendentales de la vida pública.
Muchas gracias a Byron Naranjo por su valiosa colaboración. Lo esperamos cada mes en este espacio.