Por: Byron O. Naranjo Gamboa
15/03/2021
Desde Ambato – Ecuador

Una enseñanza que se ha difundido asiduamente y está asociada al espíritu de justicia o equilibrio, expresa: “no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti”, máxima a la que el sociólogo español Amando de Miguel la codificó como un valor moral, base de la urbanidad y de la buena educación.
La mencionada sentencia, que ha surgido con la intención de provocar reflexiones y cambios actitudinales en la sociedad, tiene diferentes versiones que están relacionadas con el lugar y la época en que ha sido utilizada; se la conoce también como: ponerse en el lugar del otro, ponerse en los zapatos del otro, mirar con los lentes del otro. Incluso tiene una adaptación más pulida que la refiere como regla de oro para la convivencia social: “Trata a los demás como quieres que te traten a ti”.
Las ciencias sociales igualmente se han preocupado por esta situación y bajo el epígrafe de otredad, la han adoptado para el reconocimiento del otro; concepto muy difundido que se explica como el poder coexistir entre todos y fomentar el crecimiento de cada individuo. Surge a través de construcciones psicológicas y sociales.
Este marco de referencia nos anima a pensar que ahí podemos tener un aliado que ayudaría significativamente como catalizador social en aras de la cultura vial, sin que medien las acciones coercitivas emanadas de la ley porque, como se sabe, algunos comportamientos en la vía pública han marinado en la cultura de la indiferencia, con personas poco tolerantes que pretenden que todo gire en torno a su manera de concebir las cosas, sin considerar que hay quienes viven otras realidades que les limitan responder a ciertos cánones sociales y ahí es cuando debemos ponernos en los zapatos del otro para generar la empatía que nos permita el cambio de actitud; como nos recuerda Victor Küppers no se trata de hacer cosas extraordinarias, sino de hacer extraordinariamente bien las pequeñas cosas ordinarias.
Hay que desterrar del imaginario social la estigmatización que se ha hecho de la vía pública que lo presenta como un escenario de fricción y de violencia entre sus usuarios, dada la cantidad de intereses que confluyen en dicho lugar; y como contrapartida, empezar a ser más tolerantes, incorporando una dosis de calma a nuestras actitudes para intentar comprender el proceder de los otros. Serenidad no es resignación nos aclara el mismo Victor Küppers, no es conformismo, reitera, es una virtud que nos falta; es aceptar que las cosas son como son, no como nos gustaría que sean. No aceptar lo que no nos gusta es lo que nos hace sufrir.
La próxima vez que la calle nos brinde la oportunidad de sacar a flote nuestros demonios (para enfrentar la actuación incomprensible de otros usuarios), rompamos el ritual del enojo y la confrontación, y tratemos de entender el porqué de aquel comportamiento antes de juzgarlo o someterle al escarnio público, entonces veremos que poco a poco bajan los decibeles de los apuros y comienzan a germinar las semillas de la armónica convivencia. Si usted considera que esto es imposible, no se preocupe todavía, tal vez haya otro que sí esté dispuesto a hacerlo y con mucho gusto. Mírelo cómo lo hace, porque la actitud también se aprende.
Gracias a Byron Naranjo por su columna mensual en culturavial.net