Por: Byron O. Naranjo Gamboa
19/04/2021
Desde Ambato – Ecuador

Al conmemorar seis años de la muerte de Eduardo Galeano (13 de abril de 2015) tomaremos unas pinceladas de sus valiosos aportes, germinados en los surcos de la cotidianidad, para insertarlas en el cada vez más complejo mundo de la cultura vial.
En la Carta al señor Futuro manifiesta que “nos estamos quedando sin mundo. Los violentos lo patean, como si fuera una pelota. Juegan con él los señores de la guerra, como si fuera una granada de mano; y los voraces lo exprimen, como si fuera un limón. A este paso, me temo, más temprano que tarde el mundo podría no ser más que una piedra muerta girando en el espacio, sin tierra, sin agua, sin aire y sin alma.”
El mundo al que se refiere Galeano, es la suma de los pueblos, sus campos y sus calles que se han convertido en escenarios de competencia y exclusión mutua entre quienes lo comparten. En el libro la memoria del fuego III – el siglo del viento, habla de La vida cotidiana de la crisis, en donde nos recuerda que no hay quien venda optimismo en el mercado, se entristece la moda […] mientras Hollywood prepara películas sobre gigantescos monstruos desatados […], inexplicables como la economía, imparables como la crisis, que siembran el terror en las calles de las ciudades.
En la misma memoria de fuego, parafrasea a Cantinflas que en sus disparatados discursos a toda velocidad habría dicho —Hay momentos en la vida que son verdaderamente momentáneos— y continúa recordándolo con su desbocado palabrerío sin ton ni son que imita la retórica de los intelectualosos y los politiqueros, doctores de mucho hablar diciendo nada, que en infinitas frases persiguen al punto sin encontrarlo jamás. En estas tierras, la economía sufre la inflación monetaria y la política y la cultura están enfermas de inflación palabraria.
Mientras tanto, en una esquina, ante el semáforo rojo, alguien traga fuego, alguien lava parabrisas, alguien vende toallitas de papel, chicles, banderitas y muñecas que hacen pipí. Alguien escucha el horóscopo por radio, agradecido de que los astros se ocupen de él. Caminando entre los altos edificios, alguien quisiera comprar silencio o aire, pero no le alcanzan las monedas […]Alguien sube a un ómnibus vacío, en la madrugada, y el ómnibus sigue estando vacío (relata en el referido texto).
Vacío como aquella cultura que retrata el mundo en que vivimos, en donde el funeral importa más que el muerto, la boda más que el amor y el físico más que el intelecto. Vivimos la cultura del envase que desprecia el contenido, nos dijo Don Eduardo.
Estas disquisiciones de Galeano no las podemos adoptar como características inmanentes de la cultura vial, las tomaremos como tareas pendientes a las que debemos responder con actitudes coherentes como ciudadanos corresponsables de la situación actual de nuestra sociedad.
Pensar un poco en el futuro y en el mundo que queremos devolver a nuestros hijos ayudará mucho a recuperar el optimismo, sin la necesidad de que alguien nos lo ofrezca en envases de motivación; la retórica de los gobernantes se transformará en acciones pragmáticas en favor de las grandes mayorías. Las calles dejarán de ser mercados abiertos, en donde pulula la inseguridad y el pesimismo, para convertirse en espacios de encuentro en los que nos reconozcamos como diferentes pero capaces de aportar acciones para alcanzar una cultura vial llena de oportunidades y disfrutar nuestro tránsito por la vida.
Don Eduardo, honraremos sus palabras con la ilusión de seguir en el mundo, del que el Señor futuro no se ha pronunciado todavía.
Gracias a Byron Naranjo por su columna mensual de opinión en culturavial.net