
Cuesta trabajo y tiempo ir asimilando los cambios que produce la pandemia del coronavirus COVID-19 en el mundo y en la vida de las personas.
Logró apagar los motores de los carros particulares en los países, confinar a la gente en sus casas y hacer que la congestión de las ciudades desapareciera.
Las cifras de fallecidos en siniestros viales presenta un quiebre importante en la mayoría de sitios, con la reducción de la exposición a la interacción entre personas en diferentes medios de transporte.
La calidad del aire mejoró ostensiblemente en las grandes ciudades al tiempo que los animales retornan a lugares insospechados. A aquellos que seguramente ocupaban antes de la llegada de colonos, viajeros y turistas.
La bicicleta comienza, tímidamente, a recuperar su lugar en la movilidad de las ciudades como un medio para que el ciclista evite posibles aglomeraciones en el transporte público y prevenga la propagación veloz del virus.
Los viajes a pie son constantes, especialmente los cortos, en el mismo barrio de habitación, para comprar víveres y abastecerse debiendo salir únicamente una persona por familia, o para pasear por unos minutos a los animales de compañía.
En algunas ciudades, sin embargo, se incrementan los siniestros viales que tienen como causa principal el exceso de velocidad. Con vías más libres y menos congestionadas, los pocos conductores que cumplen actividades con excepciones al confinamiento, o que lo violan, aprietan el acelerador en lugar de apretar la vida. En vez de retenerla.
Los viajes para ir a estudiar se acabaron. Con el confinamiento de los estudiantes para protegerlos a ellos y a las generaciones más viejas, los colegios y las universidades cerraron sus puertas. Hoy buscan afinar las herramientas y capacidades de profesores y estudiantes para la educación por medios virtuales, a distancia o teleducación.
El ejercicio físico en la calle o en los parques también está confinado. Los más juiciosos han hallado formas de ejercitarse en casa para mantener la forma. El sedentarismo y el trabajo virtual desde la casa podrían disparar los índices de sobrepeso al final de la pandemia.

La disminución de viajes para ir a trabajar, pues únicamente pueden hacerlos quienes realizan actividades exceptuadas, ha hecho que muchos ciudadanos, principalmente trabajadores informales, pequeños comerciantes y prestadores independientes de servicios, tengan necesidades que antes se satisfacían por el pago de ss labores. Lograr su sostenimiento en condiciones dignas es imperativo para las ciudades y los países.
Las medidas que toman los gobiernos para el uso del transporte público son relevantes porque buscan proteger la salud de los ciudadanos y disminuir la velocidad de la propagación del virus.
La desinfección de vehículos y estaciones, el uso obligatorio de tapabocas, la instalación de lavamanos de fácil acceso para los pasajeros y la adecuación de las rutas y frecuencias a las nuevas demandas y cargas de usuarios son algunas de ellas. Los protocolos cambian, adaptándose a las nuevas realidades.
El abastecimiento de frutos y alimentos desde el campo hasta las urbes se ha garantizado, siendo el transporte de carga y sus conductores los protagonistas. Ellos facilitan que el alimento llegue a los lugares de abastecimiento.
Las condiciones del personal de salud en la movilidad y el transporte no han sido las mejores para algunos de ellos. Han sido discriminados por su condición de operadores de salud y su probable cercanía con pacientes contagiados.
La mayor sensación que predomina por el momento es de incertidumbre frente a qué hacer y qué seguirá después.
Las culturas viales se irán adaptando a estos cambios en el planeta.
Y comenzarán a decidir ellas mismas si son sostenibles, si promueven la vida, o si por el contrario están condenadas, al igual que nuestras civilizaciones modernas, a desaparecer, así sea por unos instantes, como las conocíamos antes del confinamiento.