Gentes, agentes y regentes: alguien tiene que desobedecer

Foto: Pexels – Pixabay

Por: Byron O. Naranjo Gamboa
13/04/2022
Desde Ambato – Ecuador

La vida en sociedad pende de ciertas pautas que tienen el propósito de controlar procedimientos, en unos casos, y de reconocer derechos en otros; y en este ejercicio de ida y vuelta aparecen los interminables conflictos entre personas a los que el marxismo calificó como lucha de clases.

Si bien esas tensiones son las generadoras de cambios significativos en la humanidad (eso dice la teoría), en lo que a la cultura vial se refiere todavía no han sucedido hechos que se los pueda catalogar como detonantes para una reacción favorable a la convivencia entre quienes comparten un mismo espacio. Cada actor vial asume su rol, es decir actúa de acuerdo a las circunstancias sin percatarse que puede hacer algo más que cumplir con una normativa.

Tan delicado es el tema que se consideraría un logro cuando los conductores de vehículos revisen el estado de sus unidades antes de cada viaje, circulen a la velocidad permitida, avancen o detengan sus autos según lo describa la señalética, respeten a los transeúntes y a las autoridades de tránsito; los peatones y quienes realizan sus actividades comerciales en las vías utilicen los espacios destinados para sus tareas; los agentes de control cumplan sus funciones (que no son solo sancionar); y las autoridades evalúen el accionar de sus subordinados y atiendan las demandas de los usuarios de las calles.

No obstante, lo señalado en el párrafo anterior, que suena a desafío, se puede sacudir el statu quo e ir más allá del cumplimiento de deberes y la exigencia de derechos. Henry David Thoreau, en su libro Desobediencia civil nos recuerda que obligar a las personas a obedecer las leyes, simplemente porque son leyes, ha hecho que el hombre se convierta en un agente de injusticia, de ahí se deriva, según el mismo Thoreau, que es falsa la apreciación en creer que legal es igual a algo bueno.

Posiblemente este texto se esté tornando sedicioso para alguien, pero cada quien lo interpretará desde su particular modo de entender la vida. En este caso, desde el propósito de aportar a una cultura vial saludable, es una invitación a replantearnos el proceder y las reacciones que tenemos cuando hacemos uso de la vía pública, porque por lo general la obediencia a la ley, en palabras de Thoreau, es por el miedo a ser castigado que es más fuerte que los valores y los principios, y ahí se complican las cosas.

Todo esto converge en un exigente ejercicio de conciencia que armonice el pensar con el actuar; si hay obediencia por temor eso no es respeto, eso es sumisión y una sociedad sumisa es una sociedad enferma, hay que evitar todo lo que cause urticaria colectiva. Sabemos que una ley tiene sus lados soleados y sus lados sombríos, enmendarla no es cuestión de un trámite burocrático, lo que sí se puede cambiar es la actitud que se tiene ante la aplicación de la ley; en lugar de ser un instrumento de sometimiento, sanción y poder, puede ser una oportunidad de superación personal, educación y servicio.

Entonces la desobediencia puede manifestarse en un salto cualitativo que procure más espacio para la educación que para la sanción, y más respeto a la vida que a la ley. La invitación está hecha ¿Quién se anima a desobedecer?

cologuille

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