
Por: Byron O. Naranjo Gamboa
14/05/2022
Desde Ambato – Ecuador
Los percances que ocurren en las vías, usualmente son endosados a la actitud imprudente de los actores viales, sean estos peatones, automovilistas, ciclistas, agentes de control, comerciantes informales u otros. Aunque son varias las circunstancias que provocan los siniestros viales, como las fallas mecánicas por ejemplo, esta vez nos enfocaremos en la imprudencia como agente nocivo de la cultura vial.
La imprudencia no solo es una actitud displicente ante los acuerdos sociales y las normativas que rigen el convivir de las personas, es el deterioro de la sensatez y el buen juicio que deberían prevalecer en los seres humanos como manifestación de respeto a las libertades de los demás; sin embargo, en las calles hay cada vez menos espacio (si es que lo hay) para un proceder recatado, porque impera la ley del que más grita, del que más chilla o del que más pita.
Ubiquémonos en una avenida concurrida de alguna ciudad, en la denominada hora pico u hora punta como también se conoce al momento de mayor congestión vehicular, y observemos el proceder de las personas en esos espacios y en esos periodos, sobre todo de los conductores de vehículos; se asemeja a una versión deteriorada de la teoría de Darwin, porque ahí no se percibe que los mejor adaptados desplazan a los menos adaptados, sino que son los más desadaptados los que quieren todo el espacio para ellos solos.
No hay lugar para la calma, para la serenidad y para el diálogo; parece que el espíritu hollywoodense se apodera de las vías y a su paso va esparciendo el virus de los rápidos y furiosos, no como un espectáculo cinematográfico precisamente, sino como una carencia de previsión y recato materializada en competencias automovilísticas ilegales e inútiles. Un proceder con cuidado, con cautela, respeto, moderación y sensatez no tiene cabida en el turbulento itinerario de los actores viales ofuscados por la tiranía del tiempo.
Si en esas aglomeraciones de vehículos y personas, que ocurren a ciertas horas del día, se señalaran a los más flemáticos ocupantes de las calles, no hay duda que estarían en esa detestable designación los rápidos, furiosos e intransigentes encaramados en el podio de los imprudentes.
Culpar de esto a la estrechez de las vías, es reconocer que falta amplitud mental; enrostrar a la cosa pública como la causante de todos nuestros males, también puede ser sinónimo de comodidad; pensar y actuar para evitar la caída en ese atolladero, esa es la actitud que debemos proponernos siempre para no ser nominados a ese podio de insensatez. Un poco de planificación para nuestras actividades diarias, cambiar la pereza por la entereza, enrumbarnos a nuestro destino con tiempo suficiente, compartir cortesía en lugar de enojo por la vía, bajar del pedestal al automóvil que desplazó al peatón, son acciones que ayudarán a cambiar la estigmatización que se hace de la calle para convertirla en el escenario de una cultura vial amigable para todos.