Opinión: ‘Las asperezas de la bronca vida’

Por: Byron O. Naranjo Gamboa
12/01/2021
Desde Ambato – Ecuador

Imagen de Luisella Planeta Leoni en Pixabay

Si bien la Real Academia Española ha resultado generosa al momento de asignar significados a la palabra respeto (hay ocho acepciones), vamos a quedarnos con el sentido etimológico de la palabra, que implica volver a mirar, en el contexto de la consideración y estima que se guarda a alguien o a algo. Dicho precepto debería ser la señalización manifiesta en la cultura vial de cada pueblo.

Revisando los considerandos y las motivaciones que alentaron el surgimiento de las leyes de tránsito y movilidad en varios países de América Latina, encontramos que aquellas normativas son una respuesta, entre muchas circunstancias, a: la inadecuada interacción entre Estado y sociedad, la ausencia de verdaderas políticas que garanticen la convivencia y seguridad de las personas que utilizan la vía pública, y la preeminencia de la sanción antes que la prevención en materia de educación vial.

Don Albert Eisntein, en uno de sus tantos legados que nos dejó, sostenía que “una persona inteligente resuelve un problema, un sabio lo evita”. Pero por lo que se percibe en las vías de las ciudades, estamos lejos de llegar la inteligencia y mucho más distantes de alcanzar esa sabiduría; si hasta parece que el relajo y el desorden son el alma de las calles, y evitarlo sería como quitarle su esencia.

¿Por qué se da esa actitud?

Si tenemos la idea clara de que la cultura vial nos permite entender cómo se relacionan las personas de una sociedad cuando hacen uso de la vía pública, encontramos que en dicho espacio se encuentra enquistada la interminable lucha de clases que se mantiene entre los que gobiernan y los gobernados, entre los empleadores y empleados, entre los de arriba y los de abajo, entre los que quieren hacerse respetar y los que prefieren el irrespeto. Con unas élites burocráticas que miran hacia un lado (casi siempre el de sus intereses) y un pueblo que alza la voz para no ser ignorado, en busca de un reconocimiento que nunca llega porque la discriminación se abre paso en cualquier camino.

Aquí el respeto ya quedó huérfano y las leyes pierden sus características de: claridad, independencia y univocidad que deberían conservar para cumplir sus propósitos. Desgraciadamente es la letra, no el espíritu de la Ley, lo que obliga a cumplir [i], por eso las resistencias, las corrientes de insatisfacciones que cada vez se vuelven más turbulentas, y en lugar de aportar soluciones solamente complican el panorama.

Esa actitud no puede continuar, cada ciudadano que se respete a sí mismo y respete a los demás debe procurar cumplir el ejercicio de integridad propuesto por Jim Stovall que consiste en “Hacer lo correcto, aunque nadie lo esté mirando”. Si esto lo llevamos a la vía pública (y a todos los espacios en los que nos desenvolvemos) no cabe ninguna duda que la convivencia social mejorará.

Emeterio Mantecón, artista popular mexicano acuñó sabiamente una sentencia para estos casos: “Las asperezas de la bronca vida, se liman cuando se comparten” ¿Quién tendrá la inteligencia suficiente para dar el primer paso y la sabiduría necesaria para respetarse a sí mismo y a los demás? Esperamos que sea una de las primeras preguntas que nos ayude a resolver este recién estrenado año 2021. Hasta pronto.


[i] Jorge Enrique Adoum en el prólogo a la sexta edición del ensayo Ecuador: Señas Particulares.

Gracias a Byron Naranjo por su columna mensual en culturavial.net

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