
Todo conductor conoce, así sea en teoría, los efectos del alcohol en el manejo de los vehículos. La conducción requiere concentración, buenos hábitos, reflejos, consciencia, capacidad de previsión, de respuesta, límites y responsabilidad.
Es sabido también que quien bebe alcohol cree tener pleno control sobre sí mismo y, por qué no, sobre el vehículo que conduce. Y con base en esa creencia, maneja después de haber bebido alcohol.
Las leyes en los países castigan la conducción bajo los efectos del alcohol. La policía tiene dentro de sus operativos cotidianos el control de los conductores para realizar pruebas de alcoholemia y saber si este bebió previa la operación del vehículo.
La policía, sin embargo, es insuficiente con los controles. Gran parte de la prevención depende, además de la legislación y los controles, de los mismos conductores y la sociedad.
La conducción bajo los efectos del alcohol es una clara irresponsabilidad y uno de los riesgos más grandes para la seguridad vial en calles, avenidas y carreteras. El conductor o la conductora bajo los efectos del alcohol o de sustancias psicoactivas pierde control de sí, sus reflejos disminuyen o son nulos y está a dos pasos de la muerte, las lesiones y la pérdida de la tranquilidad y la paz. Porque como víctima o victimario siempre pierde y hace perder.
Una cultura vial para la vida fortalece el autocontrol en las personas, inhibe la conducción bajo los efectos del alcohol y trabaja la salud pública y la prevención de siniestros viales desde la educación para el comportamiento humano, complementaria a medidas de ingeniería y de control policial.