
(Imagen: © EdwardSamuel – Fotolia.com)
Algunas veces la realidad nos lleva a hacer propuestas atrevidas.
¿Qué pasa por la mente de un conductor que transporta niños y niñas pero además excede la velocidad intentando sobrepasar a un tracto-camión en plena carretera y en curva?
El siniestro vial que quitó esta semana la vida a una niña de 16 años, dejó al menos dos niñas más con mutilaciones permanentes de miembro superior y causó heridas considerables a más de una decena de alumnos de un colegio distrital de Bogotá es algo que no cabe en la cabeza de nadie. Especialmente si la causa, a decir de los testimonios de algunos jovenes de grado 11 que se transportaban en el bus de servicio especial, fue el conflicto que se generó entre el conductor del bus y el del tracto-camión, que intentaron resolver con velocidad y pericia olvidando su responsabilidad primaria para con las vidas de los niños y niñas pasajeros del transporte escolar.
Este siniesto junto con el de los niños y las niñas de Fundación, Magdalena o el de la niña en Bogotá atropellada por una buseta en su barrio de residencia, y adicionado a los 533 niños y niñas menores de 18 años que fallecieron en Colombia en 2103 víctimas de siniestros viales (Forensis 2013), llama especialmente la atención desde el punto de vista de la salud mental.
¿Será que el volante y la posibilidad de comandar un motor adicionado a un sistema de movimiento hace que las personas cambien la percepción y el comportamiento al punto de no medir las consecuencias de sus actos? ¿O será que estas personas no miden las consecuencias de sus actos desde mucho antes de conducir un vehículo?
El marco de las libertades ciudadanas y de los derechos humanos, especialmente el de la libre locomoción, da pautas para abordar o no el problema de los conductores imprudentes desde el ámbito de la salud mental.
¿Será predecible la falta de autocontrol en un conductor? ¿Se podrá aplicar una evaluación previa a conductores alcohólicos?
La expedición de licencias de conducción debería retomar estos temas; sin embargo, falta ver si en el mundo hay una prueba estandarizada que mida la salud mental de los candidatos a conductores o a conductores de forma periódica.
Las vidas de niños y niñas no pueden ni deben estar en manos de personas que pierden el control, resuelven conflictos por las vías de la violencia o por las vías de hecho, son imprudentes y temerarias y priorizan su propio bienestar momentáneo sobre la vida de sus pasajeros, de peatones o de otros actores viales.
¿Qué dirán la Organización Mundial de la Salud y las sociedades de Psiquiatría al respecto? ¿Los alcohólicos anónimos?