Por: Byron O. Naranjo Gamboa
16/02/2021
Desde Ambato – Ecuador

La vida está llena de paradojas que a fuerza de repetirse terminan siendo aceptadas como parte de lo que muchos llaman la “normalidad”, sin pensar que esa aceptación es el origen de la descomposición social que nos aqueja hoy en día.
En Ecuador, el clima electoral motivado por el cambio de autoridades para las funciones legislativa y ejecutiva, ha puesto en evidencia la incompatibilidad entre los pensamientos y las acciones de los actores políticos.
No sorprende, pero sí preocupa que, en los programas de trabajo de los candidatos a dirigir los destinos de la patria, no haya una sola intención de intervenir en la “realidad” que se vive diariamente en las calles y vías del país; por lo revisado, para dichos personajes la cultura vial no existe. Parafraseando al desaparecido Facundo Cabral diríamos que a aquellos protagonistas del quehacer político lo que les interesa es, figurar en la parasitaria tribuna del espectáculo, antes que jugársela en la cancha de la vida de un pueblo.
La preocupación surge no solo porque se ignora uno de los espacios más importantes del convivir social, sino porque esos mismos espacios desdeñados se los utilizan para hacerse visibles cuando necesitan los votos de la comunidad en época de elecciones, y luego se los deja de lado hasta que perecen en el olvido.
Así son tratadas las calles y las vías públicas, espacios que por ser de todos terminan siendo de nadie. De todos cuando se necesita de ellas, pero de nadie cuando hay que cuidarlas. Hay suficiente memoria para reclamar el derecho, pero una amnesia casi absoluta cuando se tiene que cumplir con el deber.
Las calles no solamente necesitan ser pintadas y limpiadas de vez en cuando, requieren que se las respete siempre. No deben ser tratadas como los vertederos en donde la sociedad descarga su energía negativa, sus frustraciones, sus suspicacias, sus falsas personalidades y toda esa inmundicia que produce la ambición desmedida. A las calles se las debería considerar como las aulas de la universidad de la vida, y como tales, servir para la realización personal, para el ejercicio de los valores altruistas, en fin, como decía el artista popular brasileño Vinícius de Moraes: deben ser el escenario en donde se genere el arte de los encuentros, que es a lo que llamamos vida.
Imaginar unas calles en donde prevalezca la consideración entre quienes la comparten, en donde los autos sean conducidos con prudencia, en donde se respete la señalización, en donde la solidaridad tenga más espacio que la intolerancia, en donde se perciban propuestas de mejoramiento en lugar de desgastantes protestas, no es una tarea que ha de florecer en la imaginación solamente, o que se ha de endilgar a las sociedades “desarrolladas”, es un desafío para cada ser humano que privilegie el bien común sobre el interés particular.
Gracias a Byron Naranjo por su columna mensual en culturavial.net