
Por: Byron O. Naranjo Gamboa
29/11/2021
Desde Ambato – Ecuador
Si la gratitud fuese una constante en las personas, no cabe duda que tendríamos más voluntad para desterrar la desesperanza y el pesimismo de nuestras vidas y de nuestras vías.
Más que una semejanza visual, el tema que hoy nos convoca, deviene de la sensibilidad artística que nos legó Violeta Parra, que en noviembre de 1966 sacó a luz su tema Gracias a la vida, calificado por la misma artista como una de sus canciones más “maduras”, “lindas” y “enteras”.
La particularidad del hecho no radica únicamente en que en este noviembre conmemoramos 55 años de presencia de aquella canción tan sonada y tan sentida, sino en que como personas deberíamos ser agradecidos con aquellas circunstancias que forman parte de nuestro día a día y que, por ser rutinarias, no las valoramos adecuadamente.
De los estudios más trascendentales que se han hecho de la canción creada por la artista chilena, tomamos una parte del análisis realizado por Andrea Imaginario que revela la condición humana ante lo tradicionalmente relegado “…Aquellas cosas que la autora repasa como el sumario de sus tesoros, son aquellas que pasan inadvertidas por nuestro pensamiento o nuestra cultura. Lo que la vida le ha dado, se lo ha dado desde el principio: ojos, oídos, sonidos y palabras, pies (la marcha, el camino), el corazón, la risa y el llanto, estos dos últimos «material» de su canto.”
Bien podríamos seguir con estas disquisiciones hasta encumbrarnos en una antología de la sencillez de la vida; sin embargo, no pretendemos mezclar las cosas, peor aún profanar el arte de “La Viole” que sigue latente en la Carpa de la Reina, en una dimensión más sublime y etérea al mismo tiempo; pero no, se trata de volcar el pensamiento y la acción a ese espacio que nos permite vivir: actuar, aprender, desaprender y cultivarnos como personas.
En la canción Gracias a la vida no se hace el más mínimo alarde de las grandezas materiales, de los países recorridos, del dinero logrado, o de los títulos alcanzados que solo sirven para engordar el ridículum vitae como lo diría Jaime Garzón Forero (q.e.p.d.). No, son las cosas básicas para existir y disfrutar la vida las que ahí se valoran, y se esbozan las líneas generales de una actitud diferente (siempre favorable) hacia nuestros semejantes y el entorno en el que nos desenvolvemos.
Apreciar las calles y caminos desde la óptica de la gratitud sería un salto cualitativo propicio para la cultura vial. Tal vez suene a desvarío este planteamiento, no obstante, la misma sabiduría popular nos recuerda que “es de bien nacidos el ser agradecidos”, y por eso debemos reconocer y honrar cada espacio que nos permite relacionarnos con el prójimo.
Hagámosle entonces: gracias a la vía por todo lo que nos brinda, porque nos permite ir de un lado a otro, facilita la llegada de nuestros amigos y familiares, posibilita los encuentros, es el lugar por donde circulan los alimentos y medicinas… y si seguimos enumerando nos damos cuenta que las vías permiten que la vida fluya; además, si nos fijamos con detenimiento a la vía solamente le falta la d (de: decencia, decoro, dignidad, determinación) para transformarse en vida.
La Viole seguro que se regocijará de que su canto, después de más de medio siglo de haber visto la luz, se convierta en el motivo para que los actores viales sean gratos con ese lugarcito que lo permite todo, incluso caminar a la utopía de disfrutar de unas calles maduras, lindas y enteras, como su misma canción.
Un artículo muy utópico pero de gran valor que bien vale la pena reflexionar. «Gracias a la vida, qué me ha dado tanto…»
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