La educación en contravía

En contravía (Imagen: Byron Naranjo Gamboa)

Por: Byron O. Naranjo Gamboa
5/10/2022
Desde Ambato – Ecuador

La educación tiene como propósito ineludible revelar lo mejor de cada quien y ponerlo al servicio de sí mismo y de su entorno. Para ello procura orientar y conducir a las personas mediante un ejercicio de interacción que está emparentado con la mayéutica socrática y que posibilita el descubrimiento de las cosas a través del diálogo.

Como proceso de mejoramiento de los seres humanos, la educación no podía sostenerse sola y se la institucionaliza en la escuela, que desde la visión de los griegos habría estado relacionada con la idea de entretenimiento e interés individual, alejada de obligaciones laborales.

En los conceptos que anteceden podemos apreciar que ‘educación’ y ‘escuela’ se corresponden entre ellos, se complementan y se sostienen con el aporte de la familia que, en teoría, debería fomentar el cultivo de las virtudes que las personas necesitan para realizarse en la vida de acuerdo con sus aptitudes y el modo de entender las cosas. Sin embargo, de los conceptos a la acción hay distancias insondables, hay extravíos muchas veces perniciosos que desvirtúan el espíritu esencial de las ideas.

En lo cotidiano se puede identificar una cascada de actitudes que denotan abiertamente la degradación de los conceptos expuestos anteriormente y ponen en evidencia la desconexión de la triada: educación – escuela – familia.

La educación se confunde con el suministro de información, con adoctrinamiento; a la escuela las personas no van con entusiasmo por temor a la autoridad que muchas veces se muestra violenta, en lugar de ejercer liderazgo; y la familia (bien gracias), cada vez más disfuncional, preocupada solamente de los logros materiales y materialmente deshumanizada.

La cultura vial nos ofrece muestras permanentes de esas desaprensiones que, de tanto repetirse, se han “normalizado” en varios espacios sociales.

Las vemos (por ejemplo) en el rutinario ejercicio que es llevar a los hijos al colegio: comienza con el arrebato en la familia porque siempre falta algo o alguien, ese pequeño descuido repercute significativamente en el tiempo que en esos momentos parece caminar más a prisa. Una vez subsanada esa descoordinación hogareña, continúa la travesía hacia la institución educativa, una competencia desmedida por querer ser los primeros (no los mejores), adelantando por donde se pueda, irrespetando la señalética e intercambiando gestos e insultos con los co-usuarios de las vías que han caído en la misma circunstancia.

Finalmente, luego de unos pocos minutos de intensa fricción y demostración de carácter callejero se cumple el objetivo, llegar al plantel educativo, ahí una infracción más no está demás, párese donde pueda hasta que desciendan los pasajeros.

Lo que ocurre al interior de las casas de estudio (que son materia para estudio de casos) ya lo hemos comentado: imposiciones, tareas, atentados a la creatividad; todo lo opuesto a la educación y al propósito de la escuela. Finaliza la jornada educativa y la rutina se repite con más o menos ímpetu (según como haya estado el día), pero de regreso a casa.

A Platón se le atribuye la frase: “las palabras mueven, pero el ejemplo arrastra”, y en el relato que hemos presentado vemos que realmente somos arrastrados por una corriente de insensibilidad.

Imaginemos cómo estará el cerebro de aquellas personas que van a los colegios imbuidos de discursos que les hablan de ser mejores, pero con vivencias que expresan todo lo contrario, con una educación que va en contravía de la sensatez.

Necesitamos ser coherentes entre lo que decimos y lo que hacemos, y necesitamos hacer lo socialmente lógico para que las relaciones entre los actores viales sean llevaderas y aporten a la verdadera educación de nuestros semejantes, como nos recuerdan los primeros versos del himno al deporte: “[…] amemos las nobles virtudes, que dan a las almas y al ego un sentido. Elevándonos sobre todo lo vivido, mejora el alma de las multitudes”.

cologuille

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